Como si nos hubiésemos visto ayer…

Relato de David Velasco

 

Nacho_Gollum dice
¿Estás por ahí? ¿Tienes ya lo globos…?

Jugando al Halo en red dice
Sí, espera. Dame un minuto.

Nacho_Gollum dice
¿Estás ya? Responde.
Has enviado un zumbido.

Jugando al Halo en red dice
Ya… Sí, ya los tengo. Mi padre me ha llevado esta mañana a comprarlos 🙂

Nacho_Gollum dice
Genial. Entonces el plan sigue en marcha, ¿no?

Jugando al Halo en red dice
Sí, todo va según lo previsto. Nos vemos esta noche después de cenar.
Sobre las diez, ¿ok?

Nacho_Gollum dice
¿Estás seguro de querer seguir adelante con el plan?

Jugando al Halo en red dice
Por supuesto.

Nacho_Gollum dice
¿Y qué hay de los gatos? Recuerda lo que dicen de esa mujer.

Jugando al Halo en red dice
No me dirás que tienes miedo.

Nacho_Gollum dice
Claro que no.

Jugando al Halo en red dice
Entonces nos vemos luego.
Lo siento, te tengo que dejar ahora.

Nacho_Gollum dice
Muy bien… Hasta luego.

 

Eran las diez y dos minutos de la noche cuando Nacho y Ángel se encontraron junto al quiosco de Juana, como siempre, el lugar donde solían comprar las grandes bolsas de chucherías que se comían en la playa. El verano acababa de comenzar. Era 23 de junio, los dos habían sacado buenas notas, y se disponían a disfrutar de unas merecidas vacaciones en el pequeño pueblo de pescadores al que sus familias se mudaban en aquella época del año para huir del horrible calor de la ciudad.

 

Como no podía ser de otro modo, se dirigieron hacia la playa para ver la multitud de montañas de madera que esperaban la llegada de las doce para arder como cada año, cumpliendo fielmente con la tradición de la Noche de San Juan. Pero Nacho y Ángel tenían otros planes; querían vengarse de la Bruja de los Gatos, como ellos llamaban a una anciana que vivía sola en un gran caserón con un jardín vallado, junto al que solían jugar al fútbol, una extraña mujer a la que los niños le tenían miedo, pues se decía de ella que tenía poderes mágicos.

 

Y es que la Bruja el año anterior se había quedado nada más y nada menos que con tres balones que habían caído dentro de su propiedad, por lo que los niños clamaban venganza. En una ocasión el padre de Nacho había ido a ver a la buena mujer para pedirle que le devolviera a su hijo uno de los balones, pero por respuesta sólo recibió un fuerte portazo. Como consecuencia, por si no tenían ya bastante, el padre de Nacho le prohibió jugar al fútbol en aquel lugar, un amplio descampado que contaba con una portería de madera que habían construido los niños del barrio. Así, con tres balones perdidos, el orgullo terriblemente herido, y sin posibilidad de acceder al campo de fútbol, Nacho y Ángel urdieron su venganza.

 

Cuando llegaron al caserón, todo estaba oscuro. Los dos niños de acercaron a la alta valla y observaron en completo silencio el jardín, en el que había varios gatos que se confundían con la vegetación. Sin duda, la Bruja debía de estar ya acostada, pues no solía salir mucho, y aún menos por la noche. Todo estaba listo para comenzar el esperado ataque. Sin demora, de un gran cubo que llevaban, Nacho cogió uno de los muchos globos que habían llenado previamente de agua. Ángel lo imitó casi al mismo tiempo, y entonces, sin perder ni un instante los lanzaron sobre la valla hacia el jardín. Uno de ellos se estrelló contra la fachada principal del caserón y lo llenó todo de agua, mientras que el segundo se quedó corto y estalló en el césped que había ante la vivienda, haciendo que los gatos de la Bruja salieran corriendo en diferentes direcciones.

 

Nacho y Ángel empezaron a reírse con ganas, ocultándose tras un seto por si su enemiga salía de la casa, atentos en todo momento a su puerta y a las ventanas, pero entonces, para su desgracia, un voz interrumpió la diversión:

 

—¿Os parece muy gracioso?

 

Cuando se giraron, vieron con horror cómo la Bruja los miraba fijamente, a apenas un metro de distancia.

 

Asustado por aquel encuentro, Ángel tropezó con el cubo y esparció por la acera el resto de globos de agua que habían preparado, y que esperaban su turno para ser lanzados. A partir de ahí, todo sucedió muy deprisa, pues sin dirigirse siquiera la palabra, los dos amigos salieron corriendo de allí, huyendo de las posibles represalias de la Bruja, que sin duda estaría preparando uno de sus hechizos para castigarlos por su mala acción.

 

Unos diez minutos más tarde, con las respiraciones aceleradas y los rostros enrojecidos, Nacho y Ángel se sentaban en un banco que había frente a la playa, tratando de recobrar el aliento.

 

—¿Lo has visto? —preguntó Nacho—. La Bruja nunca sale de casa. Seguro que ha visto desde una ventana lo que estábamos haciendo y ha aparecido a nuestras espaldas empleando sus poderes.

—Casi me muero del susto —replicó Ángel—. ¡Ya no hay dudas de que se trata de una hechicera!

—¡No! ¡No puede ser! —exclamó de repente Nacho, alarmado, mientras se palpaba unos de sus bolsillos y se ponía en pie—. ¡Mis llaves! ¡No las tengo! ¡Se me han debido de caer en la casa de la Bruja! Tenemos… Tenemos que regresar…

—¿Qué dices? ¿Estás loco? Si esa mujer nos pilla ahora, seguro que nos transforma en gatos… Sí, según dicen todos esos gatos que viven con ella son niños como nosotros a los que ha convertido en animales. Yo no pienso ir.

—¡Oh, vamos! ¿Me vas a dejar solo? ¡Tienes que acompañarme! ¡No puedo volver a mi casa sin las llaves! Ya las perdí una vez… Si regreso sin ellas otra vez, seguro que me cae una buena.

—Ni hablar.

—Ven al menos conmigo y quédate lejos; al otro lado de la calle. Así si me pasa algo podrás ir corriendo a avisar a mis padres.

 

Tras pensarlo durante unos instantes, Ángel finalmente tomó una decisión.

 

—Está bien, iré contigo… Pero después de ésta me vas a deber un gran favor.

—Haré lo que quieras, pero no me dejes ir solo.

 

Así, con los corazones latiéndoles con fuerza en el pecho, pero decididos a emprender aquella nueva y arriesgada misión, los dos amigos se pusieron de nuevo en camino para dirigir sus pasos hacia el viejo caserón, donde esperaban encontrar las desaparecidas llaves. Cuando llegaron, tal y como habían acordado, Ángel se quedó bastante apartado, junto a una farola que iluminaba tenuemente la amplia calle en la que se encontraba la residencia de la Bruja. Por su parte, con paso vacilante, Nacho siguió su camino, agachado y pegado a la pared para evitar ser visto desde las ventanas. Cuando llegó a su destino, se encontró con una gran sospresa, pues no esperaba toparse con lo que vieron sus ojos. Del cubo no había ni rastro, y todos los globos que habían llevado hasta allí habían sido reventados sobre la acera, como dejaban ver los pequeños restos de plástico de colores y la mancha de agua que llenaba el suelo. Desesperado, Nacho centró entonces su vista, recorriendo cada palmo de aquella zona para tratar de encontrar sus llaves, pero no halló ningún rastro de ellas.

 

Fue en ese momento cuando un enorme gato negro saltó desde la valla, dándole un terrible susto que lo obligó a retroceder un par de pasos. Nacho se percató entonces de un extraño tintineo que parecía proceder de aquel animal. Cuando se fijó mejor en el gato, sus esperanzas de recuperar sus llaves se desvanecieron de su mente, pues todas ellas colgaban ahora del collar del felino. Un sudor frío comenzó a recorrerle la frente, ya que el gato se alejaba de él por momentos, dirigiéndose hacia el jardín de la casa.

 

—¿Qué haces?

 

Con el corazón encogido de miedo como lo tenía, aquella pregunta le pilló totalmente por sorpresa, de forma que se llevó tal sobresalto que su rostro perdió el poco color que le quedaba. Por fortuna no había sido la Bruja quien había pronunciado aquellas palabras, ya que había sido Ángel, que tras comprobar que no había peligro, había decidido acompañar a su amigo en aquella aventura.

 

—¡Vaya susto me has dado! ¡Podías haberme avisado de que venías! —exclamó Nacho tratando de recobrar la compostura.

—¿Has encontrado las llaves?

—¡Mira ese gato! ¡Las tiene en su collar! Ha tenido que ser la Bruja, que se las ha colgado para darnos una lección.

—¡Deprisa, vamos a por él, que se está metiendo en el jardín!

 

Ángel no se equivocaba, pues la puerta que daba acceso estaba abierta y por ella entraba ya el escurridizo animal. De esa forma, con energías renovadas ante lo que parecía ser un desafío de la Bruja, los dos compañeros se lanzaron a la carrera tras los pasos del gato, pero nada más entrar en la propiedad se quedaron paralizados, mudos de asombro y de auténtido terror, pues allí, ante ellos, oculta antre las sombras, estaba la Bruja con el gato en sus brazos. Entonces, con un rapidísimo movimiento que parecía impropio de la avanzada edad de aquella mujer, cerró la puerta y dejó a los dos amigos atrapados en el jardín de aquel sombrío caserón.

 

—Supongo que habréis vuelto a por las llaves, ¿verdad? —dijo finalmente la anciana, rompiendo el tenso silencio que se había creado.

—Sí… sí… señora —respondió Nacho a duras penas, pues casi no le salía la voz de la garganta.

—¿Son tuyas? —inquirió de nuevo la anciana.

—Sí…

—Está bien. Te las devolveré con una condición.

—¿Qué… condición? —preguntó Nacho armándose de valor, ya que se temía lo peor.

—Te las devolveré si a cambio me quedo con tu amigo. Lo convertiré en uno de mis gatos… ¡Será un precioso minino que vivirá aquí conmigo! ¿No es eso lo que dicen de mí en el pueblo, que transformó a los niños en gatos?

—¿Qué…? —saltó Ángel, terriblemente angustiado ante el incierto futuro que le esperaba—. Lo siento mucho, señora. ¡No debimos lanzar esos globos de agua!

—¡No, no debisteis! ¡Pero lo hicisteis! ¡Y ahora vais a pagar por ello!

—¡No, por favor, lo sentimos! —clamaron los dos niños al unísono, pero para su sorpresa la anciana comenzó a reírse.

—¡Oh, por favor! ¿Acaso os creéis esas bobadas? ¡Por supuesto no soy una bruja, y no voy a transformaros en gatos! Os devolveré las llaves con una condición; bueno, con dos, pero tanquilizaos. No os va a pasar nada.

—¡Haremos lo que quiera! —exclamó Nacho.

—¡Muy bien! Lo primero que quiero es que me prometáis que jamás vais a lanzar más globos de agua, ni contra mi casa ni contra ninguna otra.

—¡Se lo prometemos! —dijeron Nacho y Ángel a la vez.

—Y lo segundo que os pido a cambio de las llaves es que me ayudéis a tirar unas cajas que pesan demasiado para mí.

 

Diez años más tarde, cuando los dos amigos ya estaban en la Universidad, recordaban una noche, mientras cenaban después de jugar un partido de fútbol, cómo habían entrado conteniendo el aliento en la enorme casa de aquella mujer para coger las cajas que había apiladas tras la puerta. Entre risas, rememoraron aquellos momentos de pánico que habían vivido en aquel pueblo donde veraneaban sus familias. Recordaron con gran alegría las mil y una aventuras que habían vivido a lo largo de los años. Hablaron de los buenos momentos, de los malos, de cómo habían crecido, de las muchas risas y lágrimas que habían compartido juntos, y se dieron cuenta de lo importante que había sido su amistad en sus vidas.

 

Diez años habían pasado ya desde aquella travesura de los globos de agua, del mismo modo que hacía ya mucho tiempo que se habían prometido que siempre estarían juntos, que su amistad jamás acabaría. Pero la vida es larga, y tras acabar la Universidad ambos tomaron rumbos distintos. Los largos veranos de vacaciones en aquel pueblo de pescadores ya eran sólo un recuerdo, y las obligaciones del trabajo habían hecho que poco a poco se fuesen distanciando. De ese modo, de repente, sin saber cómo, pasaron tres meses sin que tuviesen oportunidad de verse, lo que se fue repitiendo en incontables ocasiones. Despues de aquello estuvieron ocho meses sin ni siquiera hablar, hasta que finalmente perdieron totalmente el contacto. En múltiples ocasiones, por separado, pensaban en aquel amigo al que no veían desde hacía tanto tiempo, pero el trabajo, sus respectivas novias, sus nuevos amigos… hacían que los días fuesen pasando, y con ellos las semanas, los meses, los años, sin que retomaran el contacto que una vez los había unido.

 

Y así, con treinta y cinco años ya cumplidos, quiso el destino que un día se volviesen a encontrar. Se vieron apenas unos segundos, pues Nacho iba conduciendo por una calle en la que sólo pudo detenerse un momento en doble fila tras reconocer a Ángel, que caminaba por la acera vestido con un elegante traje y portando un maletín. Sólo tuvieron unos breves instantes, pero fueron suficientes para que Nacho tecleara en su móvil el número de su amigo y le hiciera una llamada perdida.

 

Esa noche quedaron en el pequeño bar al que solían acudir en su época de Universidad, que aún seguía abierto, aunque con otro nombre y con una decoración totalmente distinta. Nada más verse se fundieron en un sentido abrazo, e inmediatamente comenzaron a hablar como si lo hubieran hecho el día anterior, como si no llevaran más de diez años sin verse. Ambos se contaron cómo les había ido la vida. Los dos sacaron sus móviles y se mostraron fotografías. Nacho estaba casado e incluso tenía dos hijos. En cuanto a Ángel, por motivos de trabajo había estado viviendo en varias ciudades, incluso del extranjero, hasta que había conseguido regresar a la localidad que lo vio nacer.

 

—¿Recuerdas cuando entramos en la casa de la Bruja? —dijo finalmente Ángel, recordando la gran aventura que habían vivido durante aquella lejana Noche de San Juan.

—¡Pobre mujer! Estaba muy enferma, y sola; y nosotros molestándola con nuestros balonazos y nuestros gritos.

—Aún puedo ver tu cara de miedo. ¡Te imaginas que nos llega a convertir en gatos! Eso sí que hubiese sido algo digno de recordar. Pero al menos conseguimos recuperar las llaves, porque si nuestros padres se hubiesen enterado de lo que hicimos, nos hubiera caído un buen castigo.

—Tienes razón, pero yo hubiese preferido no tener que entrar en aquel caserón. ¿Recuerdas cómo era por dentro? Pienso en él y todavía me da miedo —añadió Nacho con una sonrisa.

—Sí… y esas cajas pesaban demasiado. ¿Qué era lo que tenían? Parecían papeles, viejos documentos, ¿verdad?

—Eso me dio la impresión. Me hubiese gustado verlas con calma, pero aún me acuerdo de cómo salimos corriendo de allí cuando al fin nos dio las llaves. A ver quién era el valiente que se atrevía a regresar para ver lo que tenían las dichosas cajas.

—Yo no, desde luego. ¡Oh! ¿Y te acuerdas de ese enorme gato blanco que estaba tumbado en la entrada de la cocina? Era enorme; muy gordo y cabezón.

 

De ese modo, hablando de pequeñas anécdotas y de recuerdos del pasado, transcurrió la noche con suma rapidez, pero se despidieron no sin antes quedar de nuevo. Ese sábado, Ángel iría a cenar a casa de Nacho junto a Gabrielle, una compañera de trabajo a la que había conocido en París hacía apenas un año.

 

Así, Nacho y Ángel, los inseparables amigos que habían compatido risas y llantos a lo largo de innumerables años, volvieron a retomar el contacto después de mucho tiempo sin verse, sin ni siquiera hablar. Ya nunca volvieron a separarse, pues sabían que su amistad era un gran tesoro que no podían perder después de haberlo encontrado de nuevo. Habían estado más de diez años sin hablar, sin saber nada el uno del otro, pero cuando volvieron a verse, todo fue como si ese tiempo nunca hubiese pasado.

 

Dicen que los verdaderos amigos son aquellos que aunque estén mucho tiempo sin verse (meses, e incluso años), cuando se vuelven a encontrar, todo es como si se hubiesen visto el día anterior. No hacen falta palabras entre ellos, no hace falta nada más que la compañía mutua… El resto lo hace la amistad, porque todo vuelve a ser…

Como si nos hubiésemos visto ayer…

 

© David Velasco

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